Hagamos un sencillo ejercicio de imaginación. Pensemos en los vikingos. Seguramente nos vendrá a la mente la imagen de un salvaje del tamaño de un armario empotrado, barbudo, pelirrojo, embutido en un casco con cuernos, blandiendo un hacha ensangrentada y con muy malos humos. ¿Verdad? Pues bien, debo deciros que estamos de enhorabuena: todo eso ya es cosa del pasado.
Ahora los vikingos no sólo han dejado de ser los malos para convertirse en los protagonistas, sino que, además, marcan tendencia entre las taciturnas aldeas de la Europa altomedieval. ¿El motivo? Vikings, la aclamada serie de televisión de Michael Hirst para History Channel. Anoche se estrenó en Antena 3 con un gran éxito de audiencia (una media de 2’3 millones de espectadores –un promedio del 17’8% del share– y minuto de oro del día con 2’6 millones), si bien TNT la emite en España desde junio.
Lo cierto es que los vikingos tienen, ya de por sí, bastante tirón. Y si a ese tirón añadimos una trama sencilla pero efectista, con continuas escenas de acción y unas imágenes impactantes, el éxito está casi garantizado. De hecho –y como no podía ser de otra manera– la serie ha arrasado en los Estados Unidos. Ya lo decía el novelista Gisbert Haefs. Para que una novela histórica se convierta en un bestseller, debe combinar las tres eses: sangre, sudor y semen. Una santa trinidad que funciona también como receta infalible para las series de televisión.
A mí, personalmente, los dos primeros capítulos de la serie no consiguieron engancharme. Pero ahora la cosa empieza a ponerse interesante. Además, hay que reconocer que los escenarios son impresionantes y tiene por cabecera un temazo de Fever Ray. Pero bueno, eso hoy es lo de menos. Lo que viene llamándome la atención desde el primer capítulo, y que constituye el motivo principal de este nuevo post, tiene que ver con la manera de representar a los vikingos. Y es que los protagonistas de la serie parecen recién salidos de un catálogo de Topman o de Urban Outfitters.
Las barbas pobladas, los peinados meticulosamente descuidados, la buena planta y su actitud dejada los delatan: ellos son los hipsters de la Edad Media. Y como tales, reniegan del mainstream de las caras enlodadas, el pelo cortado a lo cazo y las sayas de esparto, última moda en la Europa prefeudal. Si veis la serie, fijaos bien: más de una escena podría ser descontextualizada y subida directamente a las galerías de streetstyle de The Sartorialist –no en vano, el actor principal es Travis Fimmel, conocido modelo de ropa interior de Calvin Klein. Lo cual, por otro lado, no quita que sigan siendo tan sanguinarios como los imaginábamos.

Ragnar Lothbrok, interpretado por Travis Fimmel, es el rey de los hipsters.
Ahora, que no seré yo quien critique todo esto. Reconozco que no soy especialista en el mundo de los vikingos –ni de la Alta Edad Media en general– para saber hasta qué punto la serie es rigurosa en la ambientación histórica. Aún así, hasta el momento se introducen contenidos interesantes desde un punto de vista histórico, como la organización social en clanes o las referencias a la mitología nórdica.
Lo que resulta innegable es que muchos aspectos de la vida cotidiana del pasado se nos escapan y no podemos llegar a conocerlos por la falta de fuentes. Ahí siempre hay un margen para la imaginación y evidentemente eso se acentúa cuando hablamos del mundo cinematográfico, en el que el componente de ficción es imprescindible para captar la atención de la audiencia.
Además, ¿por qué no hacer guiños al presente a través de la representación del pasado? Es una manera de hacerlos más actuales, más fácilmente identificables y más asimilables por el espectador.
Ahora bien, si los vikingos eran o no realmente los hipsters del medievo… es otra historia. En cualquier caso, ¿quién dijo oscura Edad Media?