De entre la multitud de películas que existen sobre arqueología –y entiéndase aquí una definición relajada de la misma– creo que anoche vi la peor de todas. O al menos de todas las que he visto hasta el momento, y eso que la gran pantalla es muy dada a relacionar la arqueología con lo más impensable. ¿Pensaríais, acaso, que pudiesen aparecer arqueólogos en películas tan dispares como El Exorcista o Alien vs Predator? La respuesta es sí.
Luego está toda esa miríada de películas que siguen el rastro de Indiana Jones y de Lara Croft, muy propias de las tardes de domingo, en las que se repiten los tópicos y los estereotipos de siempre. Y por último, ese reducido número de películas que ofrecen una visión algo más próxima a la realidad del trabajo arqueológico, aunque, evidentemente, permitiéndose las licencias propias de la industria del cine.
Sin embargo la película de anoche me dejó un tanto perplejo. Os hablo de Cazadores de tesoros (2007), una coproducción ruso-estadounidense dirigida por Brent Huff. En principio el título no deja lugar a dudas: otra película sobre arqueólogos que son, en realidad, cazadores de tesoros. Pero creedme: estamos ante una obra singular.
Básicamente la historia gira alrededor de un profesor norteamericano que se traslada a Rusia, a la Universidad de Moscú, movido por el deseo de encontrar el tesoro de los templarios. Enigmas, códigos a descifrar, reliquias y, entre medias, una serie de enemigos dispuestos a arrebatarle su objetivo. Hasta aquí nada nuevo. De hecho la estructura es la misma de tantas otras películas. La singularidad del caso viene por el envoltorio, que empieza rozando el límite de lo bizarro y al poco tiempo lo sobrepasa con generosidad.
Michael, el protagonista de la película, encaja cómodamente en el arquetipo de Indiana Jones: un joven y apuesto profesor universitario dotado de una serie de habilidades que lo hacen apto para la aventura –aunque, todo sea dicho, éste es un poco menos echado para adelante.
Combina su cargo de profesor de historia medieval con su hobby preferido: competir en carreras ilegales de coches por las oscuras avenidas de la metrópoli. Lo típico. Y es en una de esas carreras donde conoce a Wolf, un ruso musculoso y líder de una banda antidroga con quien traba una sólida amistad. Wolf es una pieza esencial en el desarrollo de la trama, como también lo es su hermana Masha, enamorada del profesor Michael.

Michael y un colega colombiano en una de las carreras ilegales de coches (obsérvese el vestuario de las animadoras).
Juntos iniciarán la búsqueda del tesoro por la peligrosa Moscú. Porque aquí no hay ni junglas salpicadas de templos malditos ni extenuantes desiertos con secretos ocultos. Aquí están los rusos puros y duros que, por otra parte, no salen demasiado bien parados: tráfico de drogas, conflictos entre bandas armadas, una policía incompetente, carreras ilegales, alcohol y streaptease para todos. Ya lo dice el protagonista: beber vodka «es otro de los muchos vicios que he desarrollado en Moscú».
Mención aparte merece el trato que se hace de las mujeres en la película. Más allá de las jóvenes que dan el pistoletazo de salida de las carreras y de las que hacen piruetas en la barra vertical, hay dos mujeres protagonistas: Lena, la novia de Wolf, que es secuestrada y utilizada como moneda de cambio; y Masha, la hermana de Wolf.
Esta última tiene más mérito ya que, a pesar de que también es objeto de secuestro, participa en la búsqueda del tesoro. Por supuesto ella no es profesora, sino bibliotecaria, y su única intervención de provecho en toda la película consiste en desplazar una losa del falso muro donde se esconde otra de las pistas, tras lo cual afirma con su encantadora sonrisa: «Sólo hacía falta un toque femenino». Dicho esto, se aparta a un lado para que Michael y Wolf continúen con el trabajo importante.

Masha orgullosa de su gran aportación.
Mientras tanto las transiciones entre escenas se hacen con secuencias de bólidos a todo gas y música con cierto fondo bakala. Todo ello adornado con una estética que te hace preguntarte con cierta frecuencia cómo es posible que un film rodado en 2007 tenga una apariencia tan propia de una serie B noventera.
Total, una película más que presenta a los arqueólogos como cazadores de tesoros, pero esta vez con drogas y mafias rusas de por medio. Por desgracia para todos, esto último ni siquiera sirve para darle algo de vidilla.
No os desvelo el final por si, a pesar de todo, os habéis quedado con las ganas de verla.