Call me by your name, Eros

No lo voy a negar. Aunque trate de resistirme, es llegar el día de San Valentín y ponerme de lo más remolona. Así que, aunque tenía pensado hablaros de otra cosa, al final he caído en la tentación de coger un poco de arqueología y de romanticismo cinematográfico, meterlos en una coctelera y agitarlos bien hasta obtener un delicioso elixir de amor.

No penséis que os voy a dar la tabarra con historias de amor de películas del género peplum –por otro lado maravillosas– o del tipo Shakespeare in love o Pride and prejudice. Ni hablar. Para eso ya tenéis los «Top 10 de películas románticas» con los que os bombardearán en un día tan bochornoso como el de hoy.

Yo de lo que os vengo a hablar es de amor contemporáneo, de amor moderno del bueno: el de Call me by your name (2017).

Como ya sabréis, se trata de un film dirigido por Luca Guadagnino e inspirado en una novela de André Aciman, en el que se narra un intenso amor de verano entre Elio, un adolescente italo-americano en plena efervescencia, y Oliver, el joven estadounidense licenciado en clásicas que llega a Italia para a ayudar al padre de aquel.

Como en todo amor de verano, la historia tiene una parte idílica (ya sabéis: vacaciones, baños en charcas, sobremesas distendidas, verbenas de pueblo) y una parte tormentosa (el torbellino de emociones, la lucha a contrarreloj, la despedida). Solo que, en este caso, tanto una cosa como la otra se intensifican exponencialmente: la historia transcurre en la casa –casaza– de verano de una familia adinerada en plena campiña italiana en los años 80, y la relación de Elio y Oliver cuenta con demasiados elementos en contra como para tirar adelante. Sí, huele a dramón y sin duda lo es. Pero es un dramón de los bonitos.

¿Y qué pinta la arqueología en todo esto? Os estaréis preguntando. Pues mucho: la arqueología está presente desde el minuto cero. Comenzando por la propia llegada de Oliver a la casa de la familia, que  tiene que ver con que el padre de Elio es profesor universitario especializado en arqueología y necesita de un ayudante para poner en orden sus trabajos. De ahí que surjan algunas conversaciones sobre historia y etimologías a lo largo del film.

Erastés y erómenos en una cerámica griega del siglo V a. C.

La propia relación amorosa de los protagonistas recuerda, hasta cierto punto, a las relaciones que se establecían en la antigua Grecia entre un adolescente («erómenos» o «amado») y un adulto («erastés» o «amante»). Se trataba de relaciones homosexuales socialmente aceptadas que tenían un fin muy claro: que el adulto educase al adolescente en los códigos sociales, políticos y culturales de la clase aristocrática. O sea, que le sirviese de guía hasta entrar en la juventud.

En Call me by your name, Elio encarna la figura del adolescente inocente y puro que reconoce no saber lo que de verdad importa, mientras Oliver representa el adulto experimentado y dispuesto a dar lecciones sobre la vida, y que, sin embargo, acaba cautivado por la frescura del joven.

Oliver, el erastés, y Celio, el erómenos.

De hecho, no es casualidad que en algunos momentos clave de la película aparezcan imágenes de esculturas helenísticas y romanas. En particular, de estatuas de bronce: al inicio de la película con la sucesión de fotografías que forman parte del material de trabajo del padre de Elio, y más adelante con la escena del hallazgo de un bronce emergido del agua –claramente inspirada en el descubrimiento de los famosos «bronces de Riace» en 1972– que sirve para que los protagonistas se reconcilien tras un enfado momentáneo. A partir de ese momento, la cosa se acelera y comienza la verdadera historia de amor. Y todo gracias a la arqueología. Para que luego digáis.

Haciendo las paces con el brazo de una escultura de bronce.

De alguna manera, Call by your name remite al habitual estereotipo de lo griego/clásico asociado a la belleza y a la homosexualidad, sobre la cual, por cierto, se ha construido una imagen bastante idealizada que no encaja del todo con la realidad histórica: la homosexualidad tenía más que ver con el afianzamiento de relaciones de poder que con una verdadera libertad sexual.

Total, que Elio y Oliver no dejan de ser una versión actualizada de amores a la grecorromana, como los de Jacinto y Apolo, Patroclo y Aquiles o Antínoo y Adriano.

¿Que cómo acaba? Para eso tendréis que verla… o saber un poco de mitos e historia clásica. Pero ya sabéis cómo les gustaba a los antiguos el drama.