Acaba la tercera temporada de El Cuento de la Criada. Primer plano de Defred (Offred) poniendo carita de circunstancias y, de nuevo, todo está en el aire. Puede que la serie haya ido haciéndose menos dura a medida que ha ganado en popularidad, pero cuesta olvidarse de algunos pasajes. Hoy os hablaré de las resonancias milenarias de uno de ellos.
Para quienes no estéis familiarizados con la serie, debéis saber que El Cuento de la Criada (The Handmaid’s Tale) recrea un futuro próximo en el que un grupo de ideólogos fanáticos, alarmados por los problemas de fertilidad que se han generalizado debido a la contaminación global, deciden dar un golpe militar y crear un estado paralelo en territorio estadounidense: Gilead.
Pero no se trata de un estado cualquiera, sino de un régimen ultraconservador con una sociedad muy jerarquizada que ejerce un control férreo sobre las mujeres. Una distopía en toda regla, en el que ni siquiera las «esposas» –las mujeres de clase alta, partícipes del sistema– escapan a los castigos y las situaciones denigrantes.

Criadas obligadas a inculpar a otras criadas.
La serie, basada en la novela homónima de Margaret Atwood, introduce una serie de realidades de discriminación y violencia hacia las mujeres que nos hacen tirarnos de los pelos desde la comodidad del sofá. Pero lo cierto es que buena parte de esas vulneraciones de los derechos humanos han existido y siguen existiendo en nuestro mundo.
Uno de los más impactantes es el ritual de consumación. En Gilead, las esposas infértiles necesitan de las criadas para poder perpetuar el linaje. Las normas son estrictas al respecto, y la fecundación debe pasar sí o sí por una terrible ceremonia: la criada es literalmente violada –sin rechistar– por el «comandante» (el hombre de la casa) bajo la atenta mirada de la esposa.

Comandante, criada y esposa en el ritual.
A partir de ese momento, la criada gesta al bebé y la esposa actúa como si fuese la madre biológica. La pantomima acaba con el parto, en el que, de manera paralela, la criada pare y la señora lo emula. Resoplidos y gemidos incluidos. Y así hasta que la criatura nace y acaba en los brazos de la esposa. La criada, entonces, es trasladada a otro hogar o permanece en el mismo siempre y cuando sea sumisa.

El momento del parto, con la criada pariendo y la esposa simulando el parto.
La cuestión es que la primera vez que vi esa escena pensé –cosas que pasan– en un ritual que describieron algunos autores grecorromanos en la Antigüedad: la covada. La idea, básicamente, es que cuando la mujer paría, era el hombre quien fingía los dolores del parto y se acostaba junto con el recién nacido, mientras ella obviaba cualquier tipo de secuela postparto, e incluso se ponía a trabajar. Un poco como en Gilead, pero cambiando la relación hombre-mujer por la de esposa-criada.

Escena de covada en el manuscrito Los viajes de Marco Polo (Devisement du monde), siglo XVI.
Este tipo de prácticas fueron asociadas a pueblos bárbaros. Una de las alusiones más conocidas es la que hizo el escritor Estrabón (s. I a. C. – I d. C.) sobre las mujeres cántabras:
«estas trabajan la tierra, y cuando dan a luz sirven a sus maridos acostándolos a ellos en vez de acostarse ellas mismas en sus lechos. Frecuentemente incluso dan a luz en las tierras de labor, y lavan al niño y lo envuelven en pañales agachándose junto a un arroyo» (Estrabón III, 4, 17).
Siendo sinceros, a Estrabón, como a tantos otros escritores griegos y romanos, le escandalizaba todo aquello que no encajase con su manera de ver y estar en el mundo. ¿No tenéis baños o termas? Bárbaros. ¿No diluís el vino en agua? Bárbaros. ¿No habláis griego/latín? Bárbaros. Por cierto, ¿sabíais que la palabra «bárbaro» viene de la onomatopeya que utilizaban los griegos para decir «blablabla» («barbar»), o sea, para referirse a aquellos a los que no entendían?

Los griegos haciéndole el vacío a los bárbaros.
Pero lo que les repateaba sobremanera era que las mujeres no se sometiesen a los roles que se les había asignado por gracia divina: las labores domésticas. Decir que las mujeres cántabras trabajaban en el campo, eran valientes e incluso no cumplían con su principal misión, la maternidad, era una manera indirecta de decir que eran unas salvajes. De hecho, durante mucho tiempo se ha considerado que la práctica de la covada era una evidencia de matriarcado, aunque hoy en día la teoría no se sustenta.
Total, que las distopías han existido siempre. Para griegos y romanos, esos «otros mundos» que describieron como bárbaros representaban aquello que no se quería llegar a ser, lo que jamás debía ocurrir en un mundo civilizado. Por aquel entonces la distopía era, entre otras cosas, que las mujeres subvirtieran los roles. Lo mismo que para el ficticio (¿?) estado de Gilead. O lo mismo que Gilead para todo espectador de El Cuento de la Criada. Al final, las distopías dependen del lado desde donde se miren.
Blessed be the fruit.