Aparentemente el Campo de Gibraltar y Hollywood Hills tienen pocas cosas en común. Pero basta rascar en la superficie para darse cuenta de que entre los narcotraficantes gaditanos y los especuladores del real estate de Los Angeles existe una sutil conexión.
Si habéis estado al tanto de las noticias estos días, probablemente hayáis sabido de la llamada «Operación Tortilla». Se trata de una intervención de la Guardia Civil que ha supuesto la desarticulación de una organización criminal dedicada al narcotráfico en las provincias de Cádiz y Málaga. No os dejéis engañar por lo mortadélico del nombre –por otro lado tan propio de la benemérita–: el episodio se ha saldado con más de sesenta detenidos y con la incautación de ocho toneladas de hachís.
El principal foco de la redada ha sido la vivienda del clan líder, aka Los Pinchos. Como viene siendo habitual, los telediarios y los periódicos digitales han alimentado el morbo colectivo mostrando vídeos de la irrupción y del registro de la propiedad. Y a pesar del bombardeo de estímulos, dudo que vuestras retinas hayan pasado por alto un pequeño detalle.
¿Es esa fantasía egipcia real? Podría parecer un delirio óptico, tan habituados como estamos últimamente a ver solo mascarillas anodinas, hospitales y gráficas ascendentes. Pero, sí, amigos y amigas: el lecho de los capos de esta peligrosa red está rematado por una máscara de Tutankamón con ribetes de neón.

La fantasía egipcia de los narcotraficantes.
Y no solo. La tourné que las fuerzas del orden ofrecen por lo más íntimo de la propiedad, nos descubre un universo de habitaciones tematizadas que se mueven entre Terra Mítica y la estética de feria: el baño de las mil y una noches con manos de Fátima y toallas de Louis Vuitton, el jacuzzi custodiado por el dios hindú Ganesh o la piscina con atrezzo iconográfico del sudeste asiático. Sin duda, una vivienda única, con todas las comodidades y con una ubicación inmejorable: tan solo a dos pasos del Estrecho de Gibraltar, el paraíso de las narcolanchas.
Cambiemos ahora de escenario. Mientras esto ocurre en el Campo de Gibraltar, una despampanante agente inmobiliaria cierra la venta de una mansión a un multimillonario cualquiera de Los Angeles. No me lo invento; lo cuenta Selling Sunset, el último reality basura –y por tanto altamente adictivo– de Netflix. Sin entrar en los pormenores de la serie, las protagonistas, que aunque ligeramente guionizadas son tan reales como el clan de Los Pinchos, abren al común de los mortales las puertas de las mansiones más increíblemente excesivas de Los Angeles.
¿Y qué tiene que ver el glamour imposible de Hollywood Hills con los últimos acontecimientos del Campo de Gibraltar? Pues ni más ni menos que el uso del pasado. En uno de los capítulos del reality, las real estate & prêt-à-porter agents se adentran en un singular barrio de Los Angeles: Mount Olympus.

Aunque algo más desmochado que su homónimo griego, el Monte Olimpo californiano es también hogar de unos pocos privilegiados.
Allí los nombres de las calles apelan a la mitología griega y muchas de las mansiones son de inspiración clásica. Si el mundo del chaleteo de clase media internacional ya es bastante dado a la inspiración grecorromana (sobre todo si hay una piscina de por medio), imaginad hasta qué punto puede llegar una exclusiva urbanización privada que se equipara a la morada de los dioses: estatuas de Venus a cascoporro, fachadas cuajadas de frontones y columnatas, mármoles, jardines con fuentes y cipreses…
Esta singular Arcadia yankee fue un proyecto urbanístico y arquitectónico impulsado en los años 60 por el promotor Russ Vincent, empecinado en celebrar un nuevo revival neoclásico . Por desgracia, todo pasa de moda, y en los últimos años muchas de estas viviendas han sido desvestidas de su aura grecolatina para apostar por un no menos kitsch aire «mediterráneo».
Sea como sea, lo que la operación Tortilla y la especulación inmobiliaria de Hollywood Hills ponen de manifiesto, es que entre los nuevos ricos –y salvando las distancias geográficas, culturales, ocupacionales y de número de ceros en la cuenta corriente– abundan las excentricidades inmobiliarias. Eso, y que el pasado siempre estará ahí para satisfacer sus fantasías más remotas, sean griegas o egipcias, sesenteras o del siglo XXI.