La rapera Lizzo acaba de lanzar su último tema, Rumors, con un videoclip inspirado en la película de Disney Hércules. Pero más allá de los guiños al imaginario cinematográfico, Lizzo ha hecho algo muy importante: sacudir el clasicismo a golpe de twerk.
Después de un par de años de ausencia, la cantante americana Lizzo ha vuelto a la carga con una nueva canción. Rumors es una crítica a las malas lenguas que últimamente han cuestionado su vida profesional y personal. El tema lo interpreta junto con la también rapera Cardi B y fue presentado el pasado mes de agosto.
El videoclip de Rumors no tardó en hacerse viral. Tropas de millenials sedientas de mainstream reconocieron enseguida la fuente de inspiración y lo compartieron entusiasmadas. Si todavía no lo habéis visto, haced la prueba:
Desde el primer instante, los guiños a la película Hércules son claros. ¿Cómo no ver en la Lizzo inicial ese momento emblemático en el que las musas de Disney emergían de una cerámica e interrumpían la solemne y aburrida narración de la voz en off ?
Igual que hacen las musas en la película, Lizzo toma la palabra para contar su versión de la historia. Así, la rapera comienza a hablar de los rumores que le persiguen y se compadece de quienes se dedican a difamar, mientras se pasea por una enorme galería con frescos y esculturas de inspiración clásica que cuchichean a sus espaldas. A medida que la canción avanza, se descubre un escenario que recuerda a las representaciones arquetípicas del Olimpo en el cine y en series de televisión.
Pero algo llama la atención: el escenario representado no es el del clasicismo canónico. En los muros no están los esperables frisos de un blanco impoluto al estilo del Partenón, sino frescos en los que se representan a hombres y mujeres negros vestidos con túnicas, tops y gorras. Las esculturas de Las Tres Gracias no toman el modelo slim y marmóreo de Canova, sino las de voluptuosas curvas de Rubens y, además, bañadas en oro. Y por si fuera poco, en la decoración cerámica no aparecen escenas mitológicas, de guerra o de vida doméstica, sino mujeres negras haciendo twerking, bondage y pole dance.
Las comedidas proporciones del canon clásico dejan paso a traseros desorbitados y escotes y penes XXL. Sin ir más lejos, el coro de musas que acompaña a las cantantes rompería los esquemas de cualquier Fidias al uso, y la propia Cardi B. entra en escena sentada en un trono fálico.
Y os preguntaréis, ¿qué tiene de importante todo esto? Muchas personas opinarán que no es más que un uso inapropiado y poco fidedigno del imaginario clásico. Ya ha pasado otras veces. Por ejemplo con Troya. La caída de una ciudad, una miniserie de Netflix que fue criticada por incluir a dos actores negros para representar a Aquiles y Zeus. Lo curioso es que esas mismas personas no ponen el grito en el cielo cuando actores y actrices blancos representan a faraones y reinas del antiguo Egipto, o cuando personajes de la mitología grecorromana son encarnados por arquetipos de la belleza made in USA. Perdonad, pero se os ha quedado un poco de ombligocentrismo blanco en el ojo.
En realidad, lo que está haciendo Lizzo con el videoclip de Rumors es reivindicar su derecho –el de la cultura negra y de barrio– a sentir como propio el universo clásico. Un universo que, como quintaesencia de la civilización, la belleza y el arte occidental, sigue estando revestido de un aire elitista, clasista y eurocentrista. Es bastante significativo, de hecho, que las divas blancas del pop, como Madonna, Kylie Minogue o Lady Gaga, suelan recurrir al imaginario clásico, mientras que las negras, como Beyoncé o Rihanna, se decanten por el egipcio, que sienten más propio por el vínculo africano. El quid de la cuestión es por qué Katy Perry puede hacer un videoclip como reina blanca del Nilo sin que se le cuestione, mientras Lizzo y Cardi B. reciben comentarios sobre apropiación indebida del legado clásico.
Quizá deberíamos pensar en que lo interesante de todo esto es que, en pleno siglo XXI, una rapera negra de Detroit decida grabar un videoclip en el que se representa a sí misma como una diosa griega, amoldándola a sus propios códigos culturales. Un gesto que demuestra, una vez más, la vigencia de la mitología clásica y su capacidad de adaptación a los nuevos tiempos.