La palabra ‘piedra’, como los platos principales, admite acompañamientos muy diversos: piedra pómez, quedarse de piedra, piedra caballera, cartón-piedra, duro como una piedra, piedra de luna, piedra filosofal, piedra papel o tijera. Pero de todos sus usos siempre me ha hecho gracia el referido a los restos arqueológicos.
Ir «a ver piedras», se dice a menudo. Y así, de primeras, parece como si los restos del pasado fueran algo inerte –como las piedras en su sentido más puro– que aguanta impávido el paso del tiempo. Y sin embargo esas piedras antiguas están más que vivas: aunque los que las apilaron y habitaron ya no estén, las generaciones posteriores las han asimilado e interpretado a su manera, les han atribuido diferentes significados.
Y nosotros, en el siglo XXI, seguimos haciéndolo. En la televisión, en la publicidad, en las revistas, en los discursos políticos, en los parques temáticos, en los nombres de las calles. Las piedras, alegoría de la arqueología y del pasado, están a la vuelta de la esquina.