Karina, el progreso y la prehistoria

¿Quién no recuerda a Karina cantando aquello de «buscando en el baúl de los recuerdos, uuuh uh uh, cualquier tiempo pasado nos parece mejor. Volver la vista atrás es bueno a veces, uuh uh uh, mirar hacia adelante es vivir sin temor»? Pues bien, tras esa aparentemente inofensiva letra, camuflada por la edulcorada apariencia de Karina, subyace un pensamiento que ha sido el dominante en el mundo occidental desde el siglo XIX: la idea del progreso.

Desde la Antigüedad, la humanidad ha tendido a situar la Edad de Oro –o sea, los buenos tiempos– en el pasado. No hace falta hacer un gran esfuerzo para darse cuenta: muchas veces nosotros mismos, a título individual, pensamos en nuestra niñez o juventud (si bien Piedra es eterna y esto no le preocupa) como un tiempo mejor al que nos gustaría regresar. Karina, con más razón que una santa, dice que «cualquier tiempo pasado nos parece mejor». Pero que no trate de engañarnos con falsas palabras, porque ella lo tiene bien clarito: «mirar hacia adelante es vivir sin temor».

Poner la vista al frente y mirar hacia el futuro, hacia algo que todavía está por llegar, no ocurrió hasta el siglo XIX y supuso un cambio radical en la manera de entender el tiempo y la propia historia, planteada ahora como una evolución de progreso continuo. El pasado empezaba a ser visto como algo atrasado en lo que ya no convenía fijarse. Se entendía –y así sigue ocurriendo en el presente– que a medida que avanza el tiempo somos mejores y más desarrollados. De ahí que mucha gente exclame «¡Uy! ¡Pero qué listos eran!» cuando les sorprende descubrir que los antiguos tenían cosas muy parecidas a las nuestras.

Como podéis imaginar, la gran perjudicada por estos tópicos del progreso es la prehistoria. Muchas veces el pasado prehistórico es presentado como un tiempo de peligros constantes, de entornos hostiles, de técnicas primitivas, de animales salvajes al acecho… Vamos, que más que vivir, sobrevivían.

De esta condescendencia histórica hay infinitos ejemplos, pero a mí me ha hecho mucha gracia este texto de un manual escolar del Franquismo llamado Yo soy español –casi nada– por su dramatismo.

Ilustración del libro franquista 'Yo soy español' del año 1943

Tras enumerar otros tantos peligros más y lamentar que «como no tenían trenes ni coches y los animales no los dejaban que se subieran en ellos» tuvieran que ir andando a todas partes, se congratula de que, a pesar de todo, fueran listos: fabricaban herramientas y trampas y, oye, «sabían hasta pintar».

A partir de ahí todo empezó a ir bien. Sólo os diré que el siguiente capítulo comienza diciendo: «los hombres cada vez sabían más y hacían las cosas mejor (…) vivían más a gusto y estaban contentos». Y a los que estéis pensando que el texto es poco inclusivo, no os preocupéis, porque las mujeres también participaron del progreso: «ya sabían las mujeres ponerse tan guapas, con sus peinas y collares».

El proceso era imparable. ¡No había marcha atrás! Si ya lo decía Karina: «Los recuerdos son el pasado / cuando queda tanto por andar, uuh uuuuh uuuuuh».