Semana Santa. Ese momento tan singular del año en el que los astros se alinean y se genera un agujero de gusano que rompe el equilibrio espacio-temporal y, como por arte de magia, aparecen romanos y cristianos antiguos desfilando con descaro por nuestras calles.
Quien más, quien menos, todos hemos presenciado alguna procesión de Semana Santa. Y seguro que, entre tanto santo, virgen y personaje bíblico, imposibles de identificar para quienes no hemos ido a catequesis, siempre habéis esbozado una media sonrisa al ver pasar a los legionarios romanos.
Sí, ellos son nuestro particular lugar común semanasantero. Con ellos no hay pérdida, porque los tenemos más que vistos gracias al cine y a la televisión. Sin ir más lejos, las películas estilo peplum con los que nos bombardean en estos días de recogimiento, han ayudado a consolidar un imaginario concreto.
Pero hay lugares donde el amor por lo romano es tan fuerte, que casi acaba eclipsando el protagonismo de la imaginería cristiana. Lorca es un buen ejemplo. No contentos con las habituales cohortes de legionarios romanos escoltando a un Cristo moribundo, en la ciudad murciana se despliega todo un dispositivo de referentes egipcios, hebreos y romanos que no tiene desperdicio.
Además de desfiles de personajes, carros y carrozas, uno de los elementos más característicos de la Semana Santa de Lorca son los mantos de seda bordados que, en lugar de llevar la característica decoración floral, contienen representaciones de dioses grecorromanos.
¿No es maravilloso que entre las solemnes imágenes de santos y vírgenes tengan cabida también su contrapartida pagana?



