Hoy, 24-O, es el día de la exhumación del cadáver de Franco del Valle de los Caídos. Un pequeño paso para la retroexcavadora, un gran paso para la democracia y la justicia social en España. Pero a mí hay algo en todo este embrollo que me está volviendo loca. Os cuento.
Ya sabéis que el proceso hasta llegar aquí ha sido largo y tortuoso. Allá por 2007, el gobierno de Zapatero aprobó la Ley de Memoria Histórica, que supuso el arranque de una serie de medidas encaminadas a reparar y dignificar la memoria de las personas afectadas por la Guerra Civil y el Franquismo. Además de situar el debate en la opinión pública, se fomentó la exhumación de fosas y la retirada de símbolos franquistas de las calles, entre otras acciones.
Pero como las cosas de palacio van despacio y la caverna sigue pesando en España, hemos tenido que esperar más de diez años para que, por fin, se resuelva poner fin a una situación anómala: que un estado que se considera democrático siga rindiendo honores a un dictador. Más allá de que el gobierno de Pedro Sánchez haya buscado el rédito electoral de cara al próximo noviembre, sacar a Franco del Valle de los Caídos es un gran y muy necesario gesto simbólico. Así que celebrémoslo.
Ahora bien, como os decía al principio, en todo el revuelo mediático que se está generando estas últimas semanas hay algo que me sube la bilirrubina. ¿Os habéis fijado en las veces en que se utiliza la palabra «momia» para referirse al cadáver de Franco?
Como podréis imaginar, es un concepto que usan algunos líderes políticos de la izquierda y buena parte de la sociedad –al menos la democrática– en tono socarrón, como menosprecio al dictador pero también para poner un poco de humor al asunto. Y automáticamente pensamos en Egipto. La pregunta es: ¿por qué se invoca a unos muertos tan antiguos para hablar de un muerto tan relativamente reciente?
Según la definición canónica de la RAE, una momia es un «cadáver que naturalmente o por preparación artificial se deseca con el transcurso del tiempo sin entrar en putrefacción». En esto los antiguos egipcios fueron grandes expertos, aunque no los únicos. Por ejemplo, en América del Sur y Mesoamérica fue una práctica habitual.
La momificación tiene que ver con el deseo de hacer que un cuerpo perviva para la eternidad. Convertirlo, de alguna manera, en inmortal. Casi siempre por creencias religiosas (la vida en el más allá), pero también por intereses políticos. Y no es casual, porque en temas de veneración la frontera entre lo político y lo religioso es difusa. De hecho, hay una larga lista de políticos embalsamados: Lenin, Mao Tse Tung, Eva Perón, Kim Il-sung… y Franco.
A Franco lo embalsamó un equipo de cuatro forenses. Recientemente habló el único que sigue vivo, quien trazó –sin pretenderlo– un hermoso paralelo entre el dictador y un lomo de mojama:
«Está bien conservado,
pero muy seco»
Una momia en nuestro imaginario es también un terrorífico ser de ultratumba que despierta de su largo letargo porque alguien altera su espacio vital. Y lo hace, además, con muy malos humos y con planes catastróficos para la Humanidad, aunque para nuestra tranquilidad, la moraleja dice que los buenos siempre acaban ganando.
Esta leyenda negra en torno a las momias egipcias ha sido reproducida infinitas veces, desde los relatos de viajes a Oriente de los románticos decimonónicos hasta las películas y videojuegos de los siglos XX y XXI. Lo cierto es que ya en la propia Antigüedad se difundió el miedo a las maldiciones de las momias para evitar el saqueo de las tumbas de los faraones embalsamados.
Pero volviendo a lo que nos interesa, y metafóricamente hablando, una momia es también alguien viejuno, rancio, casposo, conservador, pasado de moda.
Vamos, que sí, que Franco hace el pleno al quince. Así que podéis llamarle «momia» sin miedo a que os tachen de poco rigurosos/as. Pero tampoco os lo toméis demasiado al pie de la letra, que de incautos ya vamos sobrados.
Aún sí, recemos a todos los dioses egipcios para que la momia no resucite y haga de las suyas. Que ya puede quejarse Franco de ser despertado y expulsado de su mausoleo faraónico, ya; porque muertos en guerra y represaliados con su beneplácito los hay a miles, dentro y fuera del Valle de los Caídos, y siguen durmiendo intranquilos.