Todo momento tiene su banda sonora. Ya sea porque nos hundimos en la más absoluta de las miserias o porque surfeamos en la cresta de la euforia, siempre hay una canción que nos parece que viene al caso. Pero, ¿os habéis preguntado cuál sería la BSO de la Odisea de Homero? Ok, igual es el tipo de preguntas que solo me planteo yo, pero, ya que estamos: ¿Podemos contar la Odisea a través de los greatest hits de nuestro tiempo?
La Guerra de Troya había llegado a su fin tras diez años de carnicería en la que se habían visto inmiscuidos los mismísimos dioses del Olimpo. El ejército griego dejaba atrás los restos humeantes de una ciudad destruida hasta los cimientos, y se afanaba en cargar los barcos con el botín que habían reunido durante la fatídica noche. Aquella mañana había prisa por levar el ancla y volver a casa. Pero entre todos los líderes helenos había uno que tenía más ganas que nadie de volver a pisar su tierra, cuidar de sus olivos y reencontrarse con su amada esposa: Odiseo (Ulises). Nada más despuntar el alba, reunió a sus compatriotas y puso rumbo a Ítaca. El amor zarpaba S-SW.
Odiseo surca sonriente el Mediterráneo.
Lo que no sabía el pobre Odiseo es que los dioses le iban a gastar una broma bastante pesada. En lugar de unos días, su regreso a casa se alargaría otra década, a lo largo de la cual se enfrentaría a todo tipo de dificultades e irresistibles atracciones que harían más y más difícil la vuelta. Primero los vientos le llevaron al país de los lotófagos, los comedores de flores, que vivían en la nebulosa del olvido –vamos, que se drogaban–, y desde allí fueron dando tumbos hasta la isla de los Cíclopes, donde consiguieron sobrevivir gracias a la astucia de Odiseo.
Mientras tanto, las cosas en Ítaca habían cambiado. Todos los líderes griegos habían conseguido volver a sus respectivos hogares. Todos menos Odiseo. La falta de noticias comenzaba a preocupar seriamente a Penélope y a su hijo Telémaco, pero para muchos fue la mejor de las oportunidades para hacerse con el poder. El palacio no tardó en llenarse de pretendientes gorrones que atosigaban a la reina y esquilmaban sus reservas. Todos ellos, machirulos, hicieron buenas migas, porque les unía un objetivo: casarse con Penélope. ¿Por qué no iban a ser felices en comuna?
Las proposiciones de los pretendientes de Penélope.
Penélope, sin embargo, les daba largas. Bajo ningún concepto aceptaría sus indecentes propuestas, porque seguía creyendo que algún día su marido volvería (si ya había esperado diez años, ¿qué más daba un poco más?). Por eso urdió una estratagema: aceptaría casarse con alguno de los pretendientes cuando finalizase el tejido que se traía entre manos. La cosa es que por las noches deshacía lo que había trabajado durante el día, y ganaba así un poco más de tiempo. Y como se sabía futuro arquetipo de la mujer fiel que espera a su marido, cada día miraba resignada al horizonte, esperando reconocer la nave de Odiseo.
Penélope hace caso omiso y espera paciente.
Pero a Odiseo todavía le quedaba mucho camino por andar. Aunque durante un momento parecía que la patria estaba al alcance de la vista, un gesto de desconfianza de sus marineros hizo que el saco de viento que les había regalado el dios Eolo para regresar a casa, jugase en su contra y les llevase hasta la isla de los lestrigones, que se comieron gustosos a buena parte de los compañeros de Odiseo. Los que consiguieron sobrevivir, arribaron a la isla de la maga Circe, que se enamoró perdidamente del curtido marinero. Aunque llegaron a pasar un año en la isla de la hechicera, Odiseo, empecinado en volver a Ítaca, acabó cansándose y la repudió. Y Circe se quedó compuesta, sin novio y bastante ultrajada, por cierto.
La desdichada Circe.
Aún tuvo la tripulación que enfrentarse a numerosos peligros. Primero, Odiseo descendió al reino de los muertos para consultar el oráculo del adivino Tiresias, quien le hizo saber que le quedaba viaje para rato. Después consiguieron hacer oídos sordos al canto de las Sirenas –que con sus voces atraían a los marineros a un destino fatal– gracias a la recomendación de ponerse cera en los oídos; a excepción del héroe, que quiso escuchar la melodía, asegurándose primero que sus compañeros le ataran bien fuerte al mástil del barco. Y más tarde consiguieron sobrevivir a las terribles Escila y Caribdis, dos criaturas de carácter que absorbían con fuerza el agua del mar y se tragaban todo lo que este arrastraba, incluyendo a la deliciosa tripulación.
Escila y Caribdis esperando a los marineros.
Al otro lado del mar, Penélope seguía resistiendo a las proposiciones de sus pretendientes, aunque cada vez le resultaba más complicado poner excusas. El pretexto del telar ya no servía. Telémaco estaba en Pilos buscando noticias de su padre. Y ella, es natural, se preguntaba si Odiseo no estaría en realidad en un estado permanente de picos pardos, con una amante en cada puerto.
Penélope tiene sus dudas pero espera paciente.
Después de una serie de imprevistos, el barco de nuestro protagonista había naufragado y todos los marineros excepto él habían muerto ahogados. Odiseo pensaba, y con razón, que tenía la negra. Se dejaba arrastrar a la deriva ya sin esperanzas, pensando que ese era su final. Pero como contaba con el favor de algunos dioses, las olas le condujeron suavemente hasta las costas de la isla Ogigia, morada de la ninfa Calipso. Él estaba triste y solitario. Ella llevaba mucho tiempo sola. Se encontraron en una paradisíaca playa. Él estaba hecho unos zorros pero había de donde estirar. Ella tenía palacete y mucha pasta. Y sucedió el crush más épico del Mare Nostrum.
El crush de Calipso y Odiseo.
Siete años llegó a pasar Odiseo en la isla de Calipso, bebiendo vino sin parar y viviendo un romance que por poco le hizo olvidar que su amada Penélope seguía esperándole. Pero la diosa Atenea, siempre tan correcta, le recordó su objetivo, así que sin pensárselo más (solo siete años) el rey volvió a embarcarse y se dirigió, ahora sí, a Ítaca.
Para no despertar sospechas, se presentó en el palacio como un pordiosero; solo su perro y su criada fueron capaces de reconocerle. Los pretendientes le trataron de la peor de las maneras, pero él aguardaba el momento oportuno para la venganza: por la noche, en un gran banquete, acabaría con todos. Esa misma noche Penélope, que ya había perdido toda esperanza, puso una última prueba: se casaría con aquel que consiguiese encordar el arco de Odiseo y hacer pasar una flecha a través de los ojos de doce hachas alineadas. Casi nada. Uno a uno los pretendientes lo intentaron sin éxito. Y entonces, para sorpresa de todos, un pordiosero desconocido se ofreció a intentarlo. A las risas iniciales siguieron caras de asombro. Superada la prueba, Odiseo comenzó la sangría y no dejó títere con cabeza.
Odiseo se prepara para la última cena de los pretendientes.
Y se produjo el ansiado reencuentro. Odiseo subió a la estancia donde se encontraba su amada. Le tomó las manos. Se miraron fijamente a los ojos y Penélope, por fin, pudo reconocer a su querido maridito. Había llegado el momento de recuperar el tiempo perdido.
Odiseo y Penélope vuelven al amor.
Y es así, amigos y amigas, como los aedos (trovadores) de la antigua Grecia debieron cantar tan épico relato.