Aunque ellos no lo sepan, hay un sutil hilo que une las vidas de Catón el Viejo, un político romano que vivió entre los siglos III y II a. C., y Mahmood, el afamado cantautor italiano que venció en el festival de San Remo con su hit Soldi en 2019. ¿Os hacéis una idea?
Pues es, ni más ni menos, que Cartago. Sí, aquella próspera ciudad que habían fundado los fenicios en la actual Túnez en torno al siglo IX a. C., y que osó hacerle la competencia a los romanos mucho tiempo después. Ya sabéis, todo el jaleo de las Guerras Púnicas: dos grandes potencias, Roma y Cartago, jugándose el control del Mediterráneo en los siglos III-II a. C. Ninguna de las dos estaba dispuesta a ceder y, al final, se enzarzaron en tres guerras consecutivas que acabaron con Cartago hecha trizas.
Dicen que durante aquel periodo, Catón el Viejo, que como muchos romanos se la tenía jurada a los cartagineses por todas las jugarretas que les había hecho (imaginad el miedo de saber que un tal Aníbal ha vencido al ejército romano muy cerca de la capital, tras haber cruzado –elefantes incluidos– la Península Ibérica, los Alpes y media Italia), tomó por costumbre acabar sus discursos en el Senado pronunciando una frase que ha pasado a la posteridad: «Carthago delenda est», es decir, «Cartago debe ser destruida». Vamos, que había que dejarse de monsergas y atacar al enemigo en su territorio. No habría piedad para los cartagineses.
Y así fue. Tras tres años de asedio, en el 146 a. C. Cartago fue arrasada, su población masacrada o vendida como mano de obra esclava y, según dicen algunos textos antiguos, sus campos sembrados con sal para evitar cualquier tipo de recuperación económica. Roma puso todo su interés en borrar del mapa a su gran rival.
A nadie pasó desapercibida la caída de Cartago. De hecho, el acontecimiento debió causar un gran conmoción colectiva en la Antigüedad… pero no solo entonces. ¿De qué otra manera se podría explicar, si no, que un cantante italiano utilice en 2019 el hundimiento de Cartago como metáfora en una de sus canciones?
Barrio es el último single de Mahmood. Se trata de una tortuosa historia de amor en los suburbios que, a juzgar por el contenido de una de las estrofas, no pinta nada bien:
Sai che l’ultimo bacio è più facile,
Poi cadiamo giù come Cartagine.
Que dicho de otro modo, vendría a significar que tras el último beso, caen como lo hizo Cartago. ¡La tragedia histórica convertida en cultura mainstream con aires de pop marroquí!
Seguramente esta canción despertaría más de una sonrisa cómplice entre los romanos del siglo II a. C. Patricios y plebeyos jalearían emocionados los versos de Mahmood, y alguno/a osaría lanzarle su más intimo subligaculum o fascia pectoralis (ropa interior) al escenario.

El Senado y el Pueblo de Roma jaleando al unísono los versos de Mahmood, 146 a. C.
Pero habría también quien no pudiese dejar escapar una lágrima. Se dice que Escipión, el mismísimo general romano que había vencido a los cartagineses en Zama y que orquestó el asedio de la ciudad de Cartago, se puso en modo drama queen mientras sus soldados dejaban Cartago hecha unos zorros. Pensaba –así lo cuentan algunos textos antiguos– que igual que Cartago había caído, algún día también le llegaría el final a Roma.
Algo muy parecido le pasó a Cayo Mario, otro general de origen plebeyo que tuvo que huir de Roma por el enfrentamiento con su enemigo político, Sila, representante de los optimates (los aristócratas). A su llegada al norte de África, se acercó a las ruinas de Cartago, y allí le dio por reflexionar sobre su propia vida, abocada a un triste y solitario final.
Desde entonces y hasta Mahmood, la caída y las ruinas de Cartago han simbolizado la insoportable levedad del ser. Un día estás en la cresta de la ola y al siguiente te has pegado el más épico de los mamporrazos. Así lo pensaron los numerosos viajeros, escritores, literatos y pintores que recorrieron sus restos arqueológicos, sobre todo durante los siglos XVIII y XIX.
Cartago, ese gran drama colectivo. Solo os diré que Mahmood no se queda ahí, y tras la cita al fatal destino de la ciudad –y del romance poligonero– añade: «Nunca, no desaparezcas nunca como Isis. Nunca, nunca». Pero la pervivencia o no del culto a Isis como práctica subterfugia es ya otro cantar…