«Mi sueño tuvo toques bronceados / Y en ti encontré lo noble para amar / Romano de mi templo, de mi vida / Y tú le diste vida a mi soñar». ¿Podría resistirse un centurión romano a semejante declaración de amor, cantada desde lo más profundo de la rumba? Por supuesto que no. ¿Puedo resistirme yo a contarlo? Pues ya veis que tampoco.
Hasta la fecha, o al menos eso creía mi mentalidad de piedra, Las Grecas y Lola Flores ostentaban el indiscutible título de reinas del flamenco fusión de corte guatequeril y resonancias milenarias. Unas invocaban con su nombre el poso cultural de la Antigua Grecia (o un motivo decorativo que nunca ha pasado de moda, no nos pongamos tan estrictas). La otra encarnaba con su sola presencia la fuerza de las reinas de Egipto, de ahí su apodo «La Faraona». ¿Quién iba a plantearse siquiera destronarlas?
Pero las cosas han cambiado. Recientemente me han descubierto el repertorio musical de Dolores Vargas, autora, entre otras canciones, del inmortal hit Achilipú. La cantante gitana fue conocida con el apodo de «la Terremoto del flamenco», y no es para menos, porque fue pionera de la fusión del cante jondo con otros géneros musicales como el pop e incluso el hip-hop.
Pero lo que a mí más me fascina es que en su disco Achilipú tiene dos canciones y media que hablan de la Antigüedad. La media canción es Apolo pisó la luna. Digo media porque la referencia es velada: no habla del dios griego sino de una versión alternativa de la misión espacial Apolo (1969). Aún así, en el estribillo parece que se personifica a la nave con un «la luna y Apolo, Apolo y la luna». ¿Qué queréis que os diga? A mí me hace pensar en los gemelos Apolo y Ártemis, simbolizados por el sol y la luna respectivamente.
Los otros dos temas, mucho menos ambiguos, son dignos de sonar desde hoy en vuestros próximos guateques. Uno se llama Las pirámides de Egipto, y en él Dolores Vargas traza un vínculo profundo entre su ser, su amor y el antiguo Egipto.
Hay que tener en cuenta que existe una interpretación según la cual el término «gitano» procede de «egiptano», en alusión al territorio del Próximo Oriente del que supuestamente procedían los gitanos, y que fue conocido con el nombre de «Egipto menor». Por eso Dolores dice, al contemplar las pirámides, que «traen los recuerdos de mi sangre, de herencia que da gloria».
Y que no os engañe el ritmo rumbero: la canción cuenta una historia de amor desgarrada, en la que los restos del pasado son el único testimonio de un amor perdido: «Nuestro amor se grabó sobre estas piedras / Y tu amor se borró en los monumentos (…) / Tu olvido es mi angustia y mi cadena / Tú juraste amar en estas tumbas / del pasado que corre por mis venas. / Solo tengo el refugio de mis tronos». Poesía al más puro estilo Grand Tour decimonónico.
El otro potencial hit de su disco es Historia de un romano, muy Las Grecas en su comienzo, pero muy romana en su desarrollo. Una ensoñación romántica con un romano de hace más de mil años.
Vale la pena que leáis con atención la letra (y que aprovechéis para cantarla a modo karaoke).
Voy a contar la historia de un romano
Pues hace ya mil años que ocurrió
La historia la he vivido con mi sueño
Y el sueño despertó todo mi amor.
Escucha la canción de mis amores, romano
En ella va el sentir de mis pasiones, romano
Y escucha la canción que al alma inquieta, romano
Por ser el fiel amor que hay en mi sola.
Mi sueño tuvo toques bronceados
Y en ti encontré lo noble para amar
Romano de mi templo, de mi vida.
Y tú le diste vida a mi soñar.
¿Puede haber referentes más fabulosos sobre lo romano que los «toques bronceados» y «el templo de mi vida»?
Total, que Dolores Vargas no fue ni Greca ni Faraona, pero canciones así le colocan automáticamente en el hall of fame de las folclóricas eclécticas. Ningún género musical, ya lo veis, puede renunciar al pasado.