Las noticias de las últimas dos semanas han dejado escenas de lo más variopinto dentro del panorama político español y, en particular, del valenciano. Las negociaciones entre partidos, las traiciones, los demonizados tripartitos, las rencillas y las venganzas personales han provocado, sin quererlo, verdaderas piezas maestras del subgénero de los sainetes o, mejor todavía, de la tragicomedia griega, que ya sabéis que yo soy más partidaria de las antiguallas.
Pero de entre todos los personajes y los melodramas representados, hay dos que merece la pena poner sobre la mesa por sus tintes épicos. Bastaría con un buen atrezzo y una retórica algo más pulida para que los episodios que voy a relataros se convirtieran en el greatest hit de los rapsodas del Mediterráneo oriental. Vayamos allá.
Las valencianas siempre han sido tierras de grandes damas. Fijaos, si no, en la de Elche. Pues bien, esa loable tradición ha seguido viva hasta nuestro presente y, sin ir más lejos, en Valencia ciudad hemos tenido –y sufrido– a dos grandes damas que han disfrutado ejerciendo su poder e influencia. Son, como no podía ser de otra manera, Rita Barberá, ex-alcaldesa, y Consuelo Císcar, ex-directora del IVAM.
Ambas comparten un rasgo que nadie en su sano juicio podría rebatirme, y es que encuentran sus paralelos más sólidos en el Próximo Oriente antiguo.
Las crónicas de ese periodo nos habla de grandes reinas que lucharon por el poder, comandaron ejércitos y formaron parte de conjuras que cambiaron el rumbo de la historia. Y creedme, nada les hubiera gustado más a Barberá y Císcar que haber nacido en aquel entonces, porque sus proyectos y excesos no hubiesen sufrido las constricciones de la legalidad de nuestros días que, aunque parezca que les haya importado más bien poco, de algo han servido.
¿Qué podemos decir de Císcar, la Semíramis contemporánea, el azote de Oriente? Los autores griegos antiguos hablaron de una reina asiria, Semíramis, que llegó al poder gracias a su marido y trascendió fronteras por ser la responsable de embellecer Babilonia con deliciosos jardines colgantes, además de por someter Persia, Media, Armenia, Egipto y Arabia.
Císcar, en una suerte de vida paralela, convirtió el IVAM en su particular Babilonia, redecorándolo con hermosas obras de arte de valor incalculable –concretamente de un 1500% más del valor original– y recientemente, tras el cambio de gobierno y el descalabro de su partido, se puso entre ceja y ceja activar su maquinaria de guerra para asaltar su ex-feudo, quién sabe con qué aviesos fines.

Císcar contemplando su feudo de lujo y sobrecostes del 1500%, en una nueva visión del Hängende Gärten der Semiramis (1900) de H. Waldeck.
¿Y cómo negar que Rita Barberá encuentra su alma gemela en el Antiguo Egipto? Bueno, en realidad debería decir sus almas gemelas, en plural, porque a ella una sola reina se le queda pequeña. Sin lugar a dudas su gran referente es Hatshepsut, la reina-faraón que más tiempo ocupó el trono de las Dos Tierras: 22 años para ser exactos –en esto nuestra alcaldesa perpetua la superó por dos años. ¡Chúpate esa Hatshepsut!
Los que escribieron la historia la definen como una reina ambiciosa y muy orgullosa que no soportaba someterse al control de nadie. Además, se rodeó de un círculo de incondicionales que fueron acumulando poder e influencia. Vamos, que lo tenía todo atado y bien atado. Para más inri, se presentó a sus súbditos como primogénita de Amón para justificar su sacralidad e invirtió buena parte del tesoro real en construir complejos arquitectónicos para su mayor gloria.
Ah, ¿pero que estamos hablando de Hatshepsut o de Rita? Lo mismo da. Sin embargo, en sus momentos finales Rita ha sido más bien Cleopatra VII –sí, antes de la famosa hubo seis Cleopatras más–, dispuesta a suicidarse antes que ver desaparecer su trono y todo lo que había construido durante su mandato. O, lo que es lo mismo, renunciar a su acta para evitar darle la vara de mando al nuevo alcalde. Joan Ribó is the new Octavio y ni Rita ni Cleopatra VII estuvieron en disposición de demostrar públicamente su derrota.

El suicidio político de Rita Barberá en una reinterpretación de La morte di Cleopatra (1878) de Achille Glisenti.
En definitiva: no hay nada como morir matando y mandarlo todo al garete. Y es que hay actitudes que duran milenios.