Medieval por compromiso

Parece que hoy en día cualquier excusa es buena para montarse una feria medieval. Que sea con motivo de una efeméride o del Oktoberfest es lo de menos: lo importante es consumir sintiéndose en la Edad Media por un rato. Eso sí, la etiqueta «medieval» es puro compromiso.

Lo medieval siempre sabe mejor.

La sociedad del siglo XXI está deseosa de experiencias novedosas. Aunque suene paradójico, el pasado muchas veces ayuda a satisfacer esa necesidad, porque para nosotros representa el contrapunto del presente. Con sus más y sus menos, a las culturas de otros tiempos las idealizamos, las imaginamos privadas del estrés y las preocupaciones de nuestro día a día. En cierto modo, el pasado es una válvula de escape del presente.

Y si a ese anhelo de pasado sumamos la fiebre consumista de nuestro siglo… ¡Voilà! Crece como por arte de magia una feria medieval. Porque no es lo mismo comprarse un porta-velas made in China en la tienda de la esquina que en pleno Medievo, ni que la hogaza de pan industrial te la sirva tu panadero de confianza a que lo haga un artesano con sayón… aunque el precio suba como los pináculos de la catedral de Burgos.

La cuestión es que, salvando meritorias excepciones, las ferias medievales son un despropósito pseudo-histórico donde todo vale bajo el pretexto de vender. Se les llama medievales como se les podría llamar «ferias fantasía».

Pero entonces, ¿qué es lo que hace que estas ferias sean percibidas como medievales?

Toda feria medieval echa mano de un kit de primeros auxilios medievalizantes que ayudan a camuflar el conjunto. La clave está en parecer medieval, no en serlo. Y en nuestro imaginario lo medieval es un auténtico cajón de sastre.

Uno de los recursos más socorridos es la tipografía. Una buena tipografía copiada de un códice bajomedieval para rotular el tenderete, con bien de roleos y serifas, siempre funciona. Si encima la escribes sobre un estandarte o sobre uno de esos papeles envejecidos con los laterales quemados con mechero, mejor que mejor. Hasta los mojitos y las patatas fritas sonarán medievales.

Mojitos medievalizados.

Eso, a la rica patata medieval.

La vestimenta. La vestimenta de los tenderos es fundamental. Para ellas, faldas ibicencas teñidas de marrón (para darles un toque rústico), corsés de cuero, toquillas de patchwork y coronas de flores. Para ellos, camisas holgadas de Natura con cordones cruzados en el cuello y unos calzones. Quizá un gorrito de fieltro para los más exigentes. Y alguna piel de animal. Y las riñoneras con motivos étnicos y espirales que no falten.

Lo último en moda borgoñona.

Hablando de riñoneras, es curioso cómo las ferias medievales han experimentado un proceso de hibridación con lo hippie, hasta el punto que en muchos casos acaban siendo una entelequia a medio camino entre Woodstock, Willow y los Nox de Stargate. En parte esta imagen procede del cine y la literatura de fantasía medieval (el propio Willow, El Señor de los Anillos, Dragonheart). Sea como fuere, con la excusa igual te cuelan en plena feria medieval un atrapasueños, una falda reversible estilo Desigual o un cenicero con un indio americano fumando la pipa de la paz.

El típico atrapasueños bajomedieval.

Faldas reversibles que son medievales gracias al contexto.

También está el comodín de la carnaza. Unas buenas bandejas con chuletones y chorizos desbordados de grasa y un cochinillo haciendo la croqueta en torno a un espetón, todo bien humeante, siempre ayuda a crear atmósfera. Porque si os paráis a pensar, ¿qué sería de una feria medieval sin esa mezcla imposible de olores a tocino, algodón de azúcar y alcohol?

Un must de las ferias medievales.

Y siempre que sea posible, la música ambiente transitando entre Carlos Núñez y Enya, con alguna intromisión puntual de la banda sonora de Piratas del Caribe. Todo con un sonido bien enlatado.

Al final, lo medieval es simplemente una etiqueta que sirve para ambientar un acto de ocio y consumo. El pasado hace que los productos sepan diferente y que se les presuponga una mayor calidad y autenticidad. Hasta tal punto es así, que en estas ferias incluso nos podemos topar con los buques insignia del fast food global (pizzas, perritors calientes, kebabs) convertidos en alimentos auténticos al pasarlos por la pátina medievalizante.

Lo glocal filtrado por lo medieval.

Ahora podéis llamarme nazi del rigor histórico. Pero pensadlo bien la próxima vez que un juglar os quiera encasquetar un algodón de azúcar 100% medieval y artesano.