Este amor ya no se toca

Hay amores que son capaces de resistir milenios. La cantante mejicana Yuri lo tenía muy claro cuando cantaba aquello de «Este amor ya no se toca». Ahora el alcalde de Mérida también.

Vayan por delante mis disculpas a los tarraconers y cartagonovers, porque puede que lo que diga a continuación hiera sus sentimientos, pero el resto de mortales estaréis de acuerdo conmigo en que de todas las ciudades de la Península Ibérica, Mérida es la que tiene un mayor peso en nuestro imaginario como emblema de la romanidad.

Y no es para menos: la ciudad conserva un impresionante conjunto arqueológico que fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1993, y que es reflejo del esplendor de la antigua colonia Augusta Emerita, fundada en el año 25 a. C. por orden de Augusto para alojar a los soldados ya retirados que habían participado en las guerras cántabras. De ese conjunto destacan edificios monumentales de época imperial, como el teatro, el circo, el anfiteatro, el templo de Diana, un larguísimo puente sobre el Guadiana, el Acueducto de los Milagr… Oh, wait!

Hace apenas unos días, El País se hacía eco de un informe publicado por especialistas de la Universidad Autónoma de Madrid en el que se ponía en duda que el famoso acueducto romano de Mérida fuese del siglo I d. C., como siempre se ha dicho. Al menos así parecen demostrarlo los análisis de termoluminiscencia, que retrasan su construcción a época tardoantigua, entre los siglos IV-V d. C. O sea, rozando ya el inicio de la época medieval.

En este punto de la historia toca traer de nuevo a colación a nuestra entrañable Yuri, que muy sabiamente decía:

Estalla la tormenta, el cielo ya está gris.
Será la ultima noche que pase junto a ti.
Mas si me lo permites, te quiero demostrar
que sé sacrificarme, que tengo dignidad.
Y luego debes tener valor.
Despídete sin decirme adiós.
Amémonos solo una vez más.
Y luego debes dejarme, debes marcharte tú.

Un canto de adiós desesperado de quien sabe que la historia llega a su fin, aunque el amor será inquebrantable por los siglos de los siglos. Eso mismo debió sentir el alcalde de Mérida, Antonio Rodríguez Osuna, al enterarse de la noticia. A juzgar por las declaraciones que vinieron a continuación, el cambio de fecha fue para él como un jarro de agua fría. ¡Qué digo! Como un acueducto rebosante de agua mineral.

Y es que –agarraos bien a vuestros asientos– el consistorio emeritense, no contento con poner en duda la validez del estudio, ha anunciado que tomará medidas contra quienes están dudando de la romanidad del acueducto. Y lo harán por vía judicial, para que se retracten de lo dicho. La portavoz municipal no sé cortó ni un pelo: «Ha quedado claro que es romano, muy romano, después de las declaraciones que ha hecho el director de la Ciudad Monumental de Mérida, Félix Palma».

A no ser que vosotras también seáis hooligans de la romanidad, seguramente os estaréis preguntando: ¿Pero tanto importa que sea del siglo I o del IV d. C.? Pues veréis, arqueológicamente importa, sí, pero para bien: cambiar la fecha obliga a repensar la propia historia de la ciudad. De hecho, así es como avanza el conocimiento, cuestionando y planteando alternativas fundamentadas en las evidencias. No digo que el informe de la universidad madrileña sea definitivo, pero desde luego debe tenerse en cuenta.

El problema es cuando nos adentramos en el pantanoso ámbito de lo identitario. Mérida ha construido su identidad actual en torno al mundo romano imperial. Para algunos, trastocar los pilares sobre los que se sostiene esa identidad (los monumentos) puede llegar a suponer cuestionar el statu quo del lugar. Porque claro, os podéis imaginar que no es igual de lucidor tener un acueducto del momento en el que el Imperio Romano estaba en todo su esplendor y era gobernado por algunos de los grandes nombres de la historia, que ser obra de visigodos. ¡De visigodos! Si eran unos mindundis.

La cuestión es que el cabreo que se ha cogido el alcalde y su equipo, casi tan monumental como el propio acueducto, es un ejemplo más de las implicaciones políticas del pasado y del patrimonio. Ahora falta ver si este pasaje tan berlanguiano va a más. ¿Será el consistorio capaz de declarar un apartheid de romanidad¿ ¿Demolerán todo lo que huela a no-romano para conseguir una mayor pureza? ¿Harán del latín lengua co-oficial y Mérida se convertirá en una isla lingüística latina junto con el Vaticano?

Todo se verá.

¡No, no, no, no! Porque ahora si me besas,
me volvería a sentir de nuevo enamorada.
Oh este amor, amor, ya no se toca.