Si así, a bote pronto, os dijera que las falleras y las venus grecolatinas son dos caras de una misma moneda, seguramente os quedaríais de cartón piedra. Tampoco Praxíteles o Fidias darían un duro por la comparación. Pero dadme unos minutos, que os hago entrar en razón.
En efecto, fieles seguidores. Por mucho que os cueste creerlo, las falleras son al imaginario folk-pop actual lo que las esculturas de mármol fueron a la cosmovisión de la alta cultura panhelénica. O sea, iconos. Unas y otras consolidan ideales de belleza y constituyen auténticas factorías de amor platónico.
No hablo solo de la similitud entre los cánones clásicos y falleros, que los hay. Por citar un ejemplo, una fallera vestida para la Ofrena a la Mare de Déu dels Desemparats y dispuesta en posición invertida, encaja en sus proporciones áureas con la fisionomía de una crátera de campana.

Fallera invertida del s. XXI con forma de campana, procedente de València.
Tampoco me refiero en exclusiva a la devoción que los clásicos tuvieron por los cromatismos extremos, parangonable al de las falleras. Que no os engañe el aspecto lechoso de las estatuas griegas y romanas: en origen estuvieron pintadas, y no con colores discretos, que digamos. Por muy finos que los veamos, a los clásicos les tiraba más un buen estampado que un mármol pulido.

Restitución de los colores de la Koré de Quíos, Grecia, s. VI a. C.

Fallera en todo su esplendor, s. XXI.
Ni tampoco me estoy ciñendo a la sensualidad inherente al arte clásico, reconocible también en las actuales falleras, auténticas devotas de la curva praxitelina y el contraposto, hasta el punto que parecen esculpidas en mármol del Túria.
La cosa va mucho más allá. Hasta el punto que se pasa y llega a la hibridación. La fusión de lo mejor del mundo clásico y de lo más selecto del barroquismo kitsch valenciano lleva décadas ocurriendo, y ha producido verdaderas obras maestras. Algo así como si la Venus de Milo y la Fallera Mayor se fundieran en un profundo y cálido abrazo. Una mezcla sublime.
La ciudad de València, como capital de ese imaginario tan ecléctico, da buenas muestras de ello. Por un lado está lo que podríamos llamar clasicización del mundo fallero. ¿Puede haber algo más sutil que desvestir a una fallera y retratarla bajo los códigos estéticos grecolatinos?

Valencia mía de Enrique Pertegás, años 30.
A los prematuros ejemplos de este cóctel explosivo, como la Valencia mía del pintor Enrique Pertegás, hay que sumar joyas artísticas más recientes. Dad una vuelta por la Plaça de la Mare de Déu, centro neurálgico de la ciudad. Allí, una fuente monumental del escultor Silvestre de Edeta representa, de manera alegórica, al río Túria y sus acequias, siguiendo la costumbre clásica de personificar a los grandes ríos de la Antigüedad. Con un pequeño detalle en este caso, y es que las acequias no son, como antaño, niños o ninfas, sino gráciles falleras desnudas –pero con moños y peineta– que vierten con sus cántaros las aguas que regarán la fértil huerta valenciana.
Para más inri, este año la fallera mayor y su corte de honor han viajado al lugar donde todo comenzó, Atenas, donde han podido hacer gala de toda su helenidad.

Fallera Mayor 2019 en el Especial Fallas del Levante EMV.
Pero es que, por otro lado, ocurre la fallerización de lo clásico. Por los posts de otros años ya sabéis que la representación del pasado es muy habitual en las fallas. Siempre hay monumentos en los que se cuelan cavernícolas inspirados en los Picapiedra, egipcios refulgentes y, en especial, referentes griegos y romanos. La mayoría de las veces adaptados a una estética típicamente fallera, es decir, caricaturesca o grotesca.
Pero este año contamos con un ejemplo de lectura casi literal del pasado clásico: la magnífica falla municipal, titulada Procés creatiu.
El monumento es fruto de una colaboración entre los artistas urbanos PichiAvo y los artistas falleros Latorre y Sanz. Se trata de 26 metros de referentes clásicos en los que confluye la estatuaria grecorromana con el grafiti contemporáneo, dando lugar a una mezcla muy peculiar que constituye el sello distintivo del colectivo. Ellos mismos han acuñado este mezcla como urban mythology.
En este caso, tal y como ha aparecido en los medios, el papel protagonista recae en La Paz del comediógrafo Aristófanes, y va acompañada de dioses como Dioniso, representación del carácter libertador que se quiere atribuir a la fiesta, y Poseidón, evocador del aire mediterráneo de la ciudad, entre muchos otros. Además, la visita a la falla se complementa con una exposición temática en el Centre del Carme – Cultura Contemporània.
Aprovechad, pues, que es tiempo de Fallas: el momento óptimo anual para deleitarse con este hito de la civilización occidental que es la fusión de lo fallero y lo grecolatino –¡Quién se lo iba a decir a Praxíteles!–. Y hacedlo antes de que todo sea pasto del socarrat.