A mucha gente la Antigüedad le resulta fascinante. Lo que les atrae, sin embargo, no es siempre el interés por conocer ese pasado desde un punto de vista histórico o arqueológico, sino más bien lo que representa en nuestro imaginario: lo lejano, lo misterioso, lo exótico, lo idílico. Y uno de los mejores ejemplos de ese magnetismo son las famosas Siete Maravillas del Mundo Antiguo.
No es necesario que insista en que los nombres y marcas de productos, la televisión, la política y la publicidad utilizan a diario el pasado. Por algo me pongo siempre tan pesadita. Pero esta vez nos centraremos en algo más concreto, en una idea que, aunque fue creada en la propia Antigüedad, sigue estando muy presente en nuestros días: la de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo como compendio de las más espectaculares construcciones de la Antigüedad, que incluyen la gran pirámide de Guiza, los Jardines Colgantes de Babilonia, el templo de Ártemis en Éfeso, la estatua de Zeus en Olimpia, el Mausoleo de Halicarnaso, el Coloso de Rodas y el Faro de Alejandría.
Este Top 7 tuvo en origen –época griega– un sentido algo diferente al actual, pero el hecho de que continúe maravillándonos demuestra el poder de atracción y de estímulo de la imaginación que ejerce el pasado en nuestros días. De hecho, algunas de esas maravillas son referente habitual en la cultura de masas, especialmente en el cine.

El Coloso de Rodas (1961) de Sergio Leone.

Los Jardines Colgantes de Babilonia en Alejandro Magno (2004) de Oliver Stone.

El Faro de Alejandría en la película Ágora (2009) de Alejandro Amenábar.
Sin embargo, a veces ese deseo de fantasear con el pasado se ha pretendido llevar algo más lejos de la simple evocación, convirtiéndolo en realidad. Hay que tener en cuenta que de las Siete Maravillas solamente una de ellas se mantiene en pie, la pirámide de Guiza. Del resto lo único maravilloso que nos queda son algún resto arqueológico o, en el peor de los casos, solamente las descripciones y referencias antiguas. La cuestión es que al tratarse de un listado tan popular, los países o ciudades que albergan –o albergaron– esas construcciones no siempre se han contentado con saber que alguna vez existieron allí, sino que han pretendido reconstruirlas para recuperar el prestigio antiguo.
Por ejemplo, cuando Saddam Hussein se hizo con el poder en Irak, inició una campaña de reconstrucción de la antigua ciudad de Babilonia siguiendo unos criterios un tanto particulares. Su intención era, básicamente, la de recuperar el esplendor de la capital del imperio mesopotámico y presentarse a sí mismo y a su régimen como herederos de ese pasado glorioso. De hecho, mandó construir su palacio sobre parte de los restos de la antigua Babilonia y entre sus planes estuvo reconstruir los Jardines Colgantes.

El palacio de Hussein, visible desde los restos de Babilonia.
Durante la última década otras propuestas similares han ido tomando fuerza, como la de reconstruir el Faro de Alejandría y el Coloso de Rodas, si bien aquí las verdaderas motivaciones son económicas, ya que resituar en el skyline esas maravillas antiguas supondría un importante foco de atracción turística.
Ese fue el mismo motivo que llevó a construir la llamada ‘Città Antica – Ephesus Park’, una especie de parque temático comercial construido en Selçuk (Turquía) inspirado en la antigua ciudad de Éfeso, apenas a unos quilómetros. Entre los edificios reconstruidos está, cómo no, el templo de Ártemis o Artemision, que figuraba entre las Siete Maravillas.
Pero si ha habido una maravilla que ha sido replicada en multitud de ocasiones y lugares ha sido la pirámide de Guiza. De hecho, en los últimos años se ha desatado una fiebre por encontrar pirámides en todas partes. Quizá recordéis que en 2005 el empresario Semir Osmanagic afirmó haber descubierto en Bosnia las pirámides más antiguas del mundo e inició una mediática campaña para darlas a conocer a escala internacional. Contó, incluso, con el apoyo del gobierno local y con la colaboración desinteresada de cientos de personas que se desplazaron hasta allí por motivos espirituales, a pesar de que la arqueología ha demostrado que no se trata de pirámides, sino de colinas.

Una de las supuestas pirámides de Visoko, en Bosnia-Herzegovina.
Hace apenas un par de años también saltó a los medios la noticia de que un equipo de científicos estadounidenses y europeos había localizado tres pirámides alineadas en –nada más y nada menos– que la Antártida. Según su teoría, el deshielo por el calentamiento global habría dejado a la vista las primeras evidencias de que el territorio antártico habría albergado una poderosa civilización en la Antigüedad, con conexiones con Egipto –un argumento muy cinematográfico que encontramos en películas como Alien vs Predator.

Una de las supuestas pirámides de la Antártida.
Algo parecido pero a una escala mucho menor ha pasado recientemente en España, en el pueblo de Cañete (Cuenca), donde un vecino, convencido de la existencia de una pirámide donde todo el mundo creía ver una montaña, decidió llevar a cabo por su propia cuenta una excavación arqueológica para demostrarlo, sacando a la luz una serie de terrazas formadas por grandes bloques de piedra.

La supuesta pirámide de Cañete, Cuenca.
Por desgracia, lo único que consiguió con la intervención fue causar importantes daños a un yacimiento que ya había sido documentado, además de despertar una agria polémica a raíz de su participación en el programa Cuarto Milenio, cuyo presentador, Iker Jiménez, lanzó una serie de desafortunadas declaraciones que han puesto en pie de guerra a buena parte del colectivo de la arqueología española.
En otras ocasiones el fenómeno ha sobrepasado lo arqueológico y se ha convertido en algo más cotidiano, aunque no exento de conflictos, como la propuesta de construir una pequeña pirámide –que en realidad sería un vértice– en el Cabo Fisterra (Galicia).
De una manera u otra, parece que por aquello de ser la única de las Siete Maravillas que sigue en pie, unido a su espectacularidad y el aura de misterio que sigue desprendiendo, nadie quiere dejar pasar la oportunidad de tener una pirámide propia, más grande o más pequeña, más antigua o más moderna, con más prestigio o con menos. Puestos a pedir, yo también quiero la mía.